Tuesday, January 10, 2006

La pequeña vendedora de Prozac

La pequeña vendedora de Prozac no es la protagonista de esta historia por vender lo que vende; después de todo, es muy común que ese tipo de productos sean distribuidos por la más diversa gama de seres humanos, por lo que no es interesante que la pequeña vendedora de Prozac vendiera, en efecto, Prozac. Tampoco es la protagonista por haber hecho algo particular con su vida, ni por haber intentado estudiar mientras trabajaba, ni por haber tenido ojos de distinto color; ni siquiera por haber sido la mujer más hermosa que yo haya conocido. Es la protagonista de esta historia sólo porque está muerta.
Llamaremos Pequeña Vendedora de Prozac a la pequeña vendedora de Prozac porque nunca supe su nombre. Solía perseguirla por la calle y le pedía que me vendiese un poco de esa droga milagrosa que evita que los seres humanos sientan en exceso. Nunca tomé Prozac: de haberlo hecho, jamás hubiera perseguido a una vendedora por la calle sólo por sentir que es la mujer más hermosa que yo hubiese conocido. Tampoco le compraría a esta vendedora, si en efecto consumiera Prozac, un producto que dejaría tirado en la mesa del living sin atreverme nunca a tomarlo por miedo a los posibles resultados ni a desecharlo porque era lo único que tenía para recordarla.
La perseguía por la calle y le pedía que me vendiese un poco de lo que siempre le sobraba cuando terminaba su recorrido por las farmacias. Ella me respondía con una invariable sonrisa tibia, nunca demasiado genuina pero tampoco forzada. Creo que fueron esas indefinidas sonrisas las que en algún momento me hicieron perder la paciencia, porque yo, a diferencia de La Pequeña Vendedora de Prozac, sentía en exceso.
Un día, la golpee con violencia y la llevé a casa. Era tarde y no había nadie en la calle: como la policía nunca llegó a buscarme puedo asumir que nadie nos vio o que, si nos vio, no le importó lo bastante como para reportarlo. En mi casa la até para contemplarla con tranquilidad hasta que recuperó el sentido. En sus ojos solo podían verse emociones que, por suaves y controladas, no eran en verdad emociones. Un moderado miedo, algo de sorpresa, un ínfima dosis de lástima, un principio de dolor por el golpe recibido. Volví a golpearla, pero lo único que logré fue lo que parecía ser, aunque no estoy seguro, un odio pequeñito que nunca llegaría a desarrollarse.
Intenté negarle la comida, amenazarla, irme de la casa por varios días, dejar ratas sueltas en el piso, ponerle arañas debajo de la blusa manchada de sangre, pero jamás logré nada. Incluso hasta la traté bien, le dije cosas hermosas, le expliqué que la raptaba sólo por amor, la cuidé, curé sus heridas, pero eso tampoco dio resultado. Nunca expresó por mí más que una especie de principio de intento de síndrome de Estocolmo.
Ayer tomé todas las pastillas de Prozac que había comprado y la obligué a tomárselas. Ciento cincuenta veces la dosis indicada. Pero ni así pude lograr resultados: unas tenues convulsiones, un resplandor blanco en la boca que podría haber sido, me parece aunque no podría asegurarlo, un poco de espuma, ojos que no giraron por completo sobre sí, pero tampoco permanecieron inmóviles. Luego de apenas temblar, La Pequeña Vendedora de Prozac murió sin haber gritado, pero tampoco guardó silencio: sus últimas palabras fueron más bien un suspiro indeterminado que no expresaba gran cosa. Yo sólo la miré. Luego lloré de pena, grité de dolor e insulté porque sí. Lamenté haberla matado, pero, más que nada, lamenté descubrir que mis exageradas reacciones eran apenas una actuación, la pantomima de sentir en exceso cuando en realidad no se siente nada.

Lleno de fingido pánico abro la ventana: en la calle, una hermosa vendedora de naranjas grita con voz ácida que su producto es el mejor, el más tierno y jugoso del barrio. Y de pronto siento con todo mi cuerpo, con el alma, con el corazón que, aunque no me gustan, debería comprar algunas naranjas.


(Dedicado a Daniel Pennac, que es parafraseado en el título y a mi amigo Nicolás Lantos, con el que surgió la idea de parafrasearlo)

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

de chico solia ir a la galeria churba (tiempo despues me entere que churba era un famoso diseñador) drogones y aspirates a drogones se echaban contra las paresillas que nos salbaman del abismo romboide. el lugar era una descolorida cueba en forma de rombo que subia y bajaba y en la cual se encontraban pequeñas cuevesillas llamadas academicamente "locales". entre esos locales se encontraban los de billuteri (una vieja con tres parese de anteojos uno sobre otro... cuanto glamour!!!), de discos y videos (no presisamente de muscia clasica), locales de animales exoticos, de intrumentos ,y como no, tambien de pilcha, mejor dicho, locales de uniforme rockero. apenas uno bajaba por la ramapa que salia de la exacta esquina de cabildo y juramente y tomaba por el primer camino la izquierda, que cortaba la buelta, se encontraba una de esas cuevas llamadas "locales". esta era una grancueva y en sus bidrieras uno podia gosar admirando esos guantes de tachas que usaban los "tipos duros" y que se beian en los bideos de las bandas rockeras. tambien era grande la diversidad de remeras y camperas, parches y busos, seniseros y anillos... un zoologico del rock.
pero lo que realmente me atraia de esa cueva no eran todas esas cosas, sino la chica que atendia. una morocha con la altura justa, tan justa como los pantalones que usaba; unos ojos negros que hacian juego con esa rush que aveces usaba en sus carnosos labios. me gustaba entrar y espiarla mientras fingia mirar unas remeras. despues me sentia un estupido y preguntaba si podia probarme la prenda. entonces gosaba del lujo de tener toda su atencion, de que me mostrara el probador (el cual obiamente no nesesitaba que me diga su ubicacion) y asta de que se fijara en como me quedaba lo que me habia probado. su juisio era implacable para mi y si ella desia que me quedaba bien o que era linda esa remera, me beia enla obligacion de comprarla. quisas pensaba que algun dia ella se ioba a interesar por los conjuntos que me gustaban e iba a tener la chance de conquistarla... era solo cuestion de tiempo.
no se, quisas yo tambien tube que haberla secuesntrado, porque el tiempo paso y churba serro. la rampa de la esquina desaparesio tras de un cartel con alguna publisidad de desodorante, como una gran piedra que bloqueaba la entrada a la cueva, a mi cueva. la vendedora debe andar por ahi, entre esquinas, con sus pantalones justos y sus movimientos de caderas.y yo... y yo?

6:26 AM  
Blogger Agustina said...

Hey!
Me gusta tu forma de escribir.
Q grato es cruzarse con blogs q me gusten.. (soy jodida vio?)
Veamos q mas escribiste..
Chauchex

1:12 AM  
Blogger Amalia Lateano said...

HE COMPRADO NARANJAS
http://amaliañlateano.blogspot,com
Nunca lo hice con una mujer..
AMALIA

9:25 AM  

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