Thursday, December 22, 2005

Gato a cuerda

Debería haberlo pensado mejor antes de utilizar partes de un viejo reloj para revivir a mi gato. Pero, por otro lado, ese siempre ha sido mi mayor defecto: no me detengo a pensar si lo que hago está bien, si hacerlo va en contra de las reglas éticas, la moral pública o el buen gusto, si el experimento ayuda al mundo, a mí o incluso al gato. Supongo que el hecho de que el despertador y el gato hubiesen pasado a mejor vida en la misma noche, casi en el mismo momento y por causas que, aunque opuestas eran mi responsabilidad (el gato murió por falta de alimento mientras que el reloj explotó por exceso de cuerda), logró que me sintiera lo bastante culpable como para tomar mis herramientas y ponerme a trabajar durante horas. Mi gato era un siamés, supongo que ahora pertenece a una nueva especie, aún no decido su nombre. Elegir mi apellido sería un acto de marcado egocentrismo, y mi terapeuta recomendó que me alejara de este tipo de tendencias que no le hacían bien ni al mundo, ni a mí. Además fue mi terapeuta quien sugirió que comprara un gato, por lo que supongo que lo justo es que llame a esta nueva especie con su apellido. Voy a contárselo en mi próxima sesión. El reloj era uno de esos viejos modelos redondos con dos campanas en la parte superior, una cuerda y miles de engranajes que consiguen que, de alguna manera, se mantenga en hora. Pero mi reloj, que estaba roto y atrasaba, nunca fue llevado al técnico porque, al ser yo un inventor, me consideraba superior a cualquier persona dedicada a la mera reparación de relojes. Creo que esta es también una actitud egocéntrica que debería evitar en el futuro. Cuando daba cuerda al reloj, el gato lanzó un sonoro maullido de dolor, y pronto murió. Entonces recordé que hacía semanas que no lo alimentaba y la consternación me hizo olvidar lo que estaba haciendo. Con el sonoro ruido de engranajes que saltan de sus ejes, el reloj como el gato, también dejó de funcionar. Tras llevar ambos cuerpos a mi mesa de trabajo y con extremo cuidado abrí el reloj para luego individualizar sus partes. Pronto hice lo mismo con el gato y al fin procedí a unirlos: dentro del cerebro algunos cables asegurarían el funcionamiento normal de las conexiones nerviosas, el corazón sustituido por un apretado conjunto de engranajes, las tres manecillas ocupan ahora el lugar del estómago y la cuerda en su espalda le proporciona una fuente de sustento mucho más eficiente que la comida. El gato ya no se mueve con la misma plasticidad de antes, es cierto, y en sus ojos hay una extraña mirada, mezcla de incomprensión y reproche. Pero es ahora un organismo mucho más confiable: cada vez que el minutero apunta hacia la cabeza del gato (donde debería estar el número doce), este lanza un corto maullido. Puedo incluso programarlo para que me despierte, a la hora establecida (digamos, por ejemplo, las siete de la mañana) el gato sentirá entonces el irrefrenable impulso de saltar sobre mi cama y ronronear hasta verme despierto. Con una mera caricia detrás de las orejas, se apaga y vuelve a su rutina diaria de dormir, perseguir la pelusa que flota en el aire y maullar a cada hora en punto. No podría afirmar que es feliz, pero, por otro lado, no entiendo mucho sobre animales. Además, no estoy seguro, pero creo que atrasa.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

buuuuuuuuuuu buuuuu....sniff...
mato a un gatito...
hay gaticidio...
igual me gusto, pero no pudo ser un perro?

besos

12:33 PM  
Blogger Unknown said...

otra....tengo que loggearme porque sino no puedo comentar..
otra vez?


=(

12:34 PM  

Post a Comment

<< Home