Wednesday, January 04, 2006

La perspectiva del miedo

Ni siquiera puedo ver la transformación completa, y eso que está bastante mal hecha, pero cuando la pantalla muestra una luna llena se me acelera el corazón y comienza a faltarme el aire. No puedo evitarlo, incluso me pasa con las versiones en blanco y negro, las de Lon Chaney Junior. Con la luna, en la mayoría de los casos un foco filmado de frente, empieza el sudor frío, y se me revuelve el estómago. Hasta con el efecto del aullido se me eriza la piel y eso que es el mismo en todas las escenas. Me paralizo, y siempre que, entre quejidos de dolor, empiezan a crecerle al hombre los pelos de las manos y de la cara, me desmayo. No puedo evitarlo, le tengo pánico a los hombres lobo.
Y todo por culpa de mi hermano Carlitos. “Te vas a convertir en hombre lobo” me dijo a los siete años cuando tuve que pasar tres semanas en cama porque me había atacado el dogo de nuestro vecino. El dogo ese siempre nos ladraba cuando Carlitos y yo pasábamos frente a la puerta del vecino, pero estaba atado y no podía hacernos nada. Una vez le tiré una piedra para que se callara y el dogo de mierda no me lo perdonó más. Si me lo preguntaran ahora, podría asegurar que lo planeó. El perro tiraba cada día un poco más de la cuerda, cada día la soltaba un poco más. Hasta que por fin la cortó y se me vino al humo. Carlitos corrió y el perro no le dio ni bola, vino a buscarme a mí, lo juro. Y así me dejó, heridas lacerantes (así dijo el médico: lacerantes) en brazos y piernas, y también un tajo horrendo en la cara. Esta cicatriz de acá tengo que agradecérsela a ese bicho de mierda. Cuando mi viejo fue a putear al vecino, el tipo dijo que nosotros siempre molestábamos al perro y que me lo merecía. Y mamá empezó a decir que ese no era un perro, “es una fiera salvaje, es un lobo” decía.
Entonces Carlitos dijo “te vas a convertir en un hombre lobo” y yo le pregunté qué era un hombre lobo, porque a esa edad mis viejos no me dejaban ver películas de terror. “Es como un perro así de grande que camina en dos patas porque no es un lobo, es una persona” me dijo él, que era más grande y sabía más cosas de la vida y de las cosas. Pero yo me reí: eso no existía. Pero él insistió, y para eso tenía un montón de detalles: lo de la bala de plata, lo de la luna llena, que se comían gente y después no se acordaban y yo empecé a creerle, porque Carlitos no podía inventar una historia como esa. “Hoy hay luna llena” me dijo unos días después y yo me quedé despierto toda la noche para asegurarme de que no me pasaba nada.
“No me transformé ni un poquito” le dije a mi hermano a la mañana siguiente, y el puso cara de que eso era muy grave, mucho más grave que ser un hombre lobo. “Es grave eso” me dijo, “porque se sabe que si te mordieron y no te transformaste, te van a venir a buscar”. Yo le pregunté por qué y Carlitos que, aunque sabía más cosas que yo, era un hijo de puta me dijo que como era inmune (así dijo: inmune) a su poder, entonces era una amenaza para ellos, y por eso debían destruirme. Eso dijo, destruirme, y me dio tanto miedo que empecé a pasar las noches sin dormir, con la luz encendida, aunque no hubiera luna llena, sólo por si acaso. Cuando mis viejos venían y apagaban la luz yo gritaba. Me llevaron a un psicólogo y por un tiempo estuvo bien, pero en una sesión familiar Carlitos me dijo: “vos viste los pelos que tiene ese tipo, para mí que ese también es hombre lobo como vos”, y entre llantos rogué a mis padres que nunca más me llevaran allí. Hasta hace poco tiempo todavía me costaba dormir, y aún lo hago con la luz encendida, pero ahora, por suerte, ya no tengo miedo. Compré una pistola y me hice fundir algunas balas de plata. Ahora, si quieren, pueden venir a buscarme los hijos de puta: ya estoy preparado.

Llamé por teléfono a mi hermano Carlos para invitarlo a cenar a casa y le recordé el episodio de los hombres lobo. “Cierto” se rió, “me había olvidado, mirá que eras pelotudo”. Si te hubiese mordido un perro lobo podía ser, me dijo, o uno de esos siberianos que por lo menos se parecen a un lobo. Pero nadie se transforma en nada si lo muerde un dogo. Y ante esto no se puede decir nada, lo único que se puede hacer es esconder el arma en un cajón y no mostrarle nunca a nadie las balas de plata.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

me gustaron los dos nuevos cuentos, estoy con ganas de ver el siguiente que por comentarios lejanos se que es fresquito, fresquito....directo de la mente del creador de este blog.
kisu motto motto...
zutto aishiteru desu..
miau..

=^_^=

4:22 PM  

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