Thursday, December 22, 2005

De cómo se terminó la felicidad en el Limbo

21 de marzo.
En el Limbo todo es horizonte, no hay nada que se interponga entre el horizonte y Jean-Jean. Hace ya cuatro meses que él llegó a nuestra feliz comunidad, y se adaptó con pocas dificultades al pánico inicial, a la ausencia de necesidades fisiológicas dada por la falta de un cuerpo, a la desorientación producto de la inexistencia del arriba y el abajo, al exceso de color y a la eterna felicidad.
No es fácil aceptar que uno es y será feliz por siempre, pero cuando se comprende que el concepto de felicidad es aquí equivalente a la energía y que nuestra comunidad está formada sólo por entes energéticos, todo resulta más simple. El Limbo es un hermoso lugar para vivir.

12 de abril.
Horror. La entidad Jean-Jean se niega a ser feliz. ¿Cómo puede ser que alguien de estas características haya pasado nuestras rigurosas pruebas de admisión en la Tierra? Un ser no-feliz es una amenaza para toda nuestra comunidad. De seguir así pronto habrá creación de materia.

16 de abril.
La infelicidad de Jean-Jean es incontrolable. Hoy apareció una boca. A menos que aquellos fieles que siguen en la Tierra detecten la anomalía a tiempo todo estará perdido. Un ser material terminará por absorber toda la energía de Limbo y con ella a nosotros, sus ocupantes. La boca de Jean-Jean se mueve sin control, sin poder decir aquello que desea, en esta etapa no tenemos posibilidades de comunicarnos con él.

28 de abril.
Jean-Jean ya es una cabeza. Los claros gestos de dolor demuestran no sólo que es infeliz sino que, además, padece sufrimientos indescriptibles. Ha comenzado un éxodo masivo de entes energéticos, pero de nada les servirá: en el Limbo, donde todo es horizonte, las distancias no existen. Nuestra felicidad será pronto reemplazada por terror. No estoy seguro de que el terror y la energía sean elementos compatibles. No hay noticias desde la Tierra. Jean-Jean debe ser destruido antes de que termine con nuestra felicidad.

7 de mayo.
Los niveles de felicidad disminuyen drásticamente y el ser Jean-Jean se expande sin control. Otros rostros de otros entes comienzan a surgir, ha aparecido una mano y temo que sea mía. Aunque la Tierra se comunicara, dudo que pudieran hacer algo para detener el desastre.

10 de mayo.
La mano, en efecto, es mía, por lo que asumo que el brazo unido a ella también debe serlo. Duele. No recordaba el dolor, pero no creo que pueda confundirlo con otra cosa. Jean-Jean ya es un ser completo, el primero de nosotros. Camina y saluda a los que aún están en gestación. Algunos se lo agradecen con palabras. Otros, aún incapaces de hablar, sólo sonríen.

Gato a cuerda

Debería haberlo pensado mejor antes de utilizar partes de un viejo reloj para revivir a mi gato. Pero, por otro lado, ese siempre ha sido mi mayor defecto: no me detengo a pensar si lo que hago está bien, si hacerlo va en contra de las reglas éticas, la moral pública o el buen gusto, si el experimento ayuda al mundo, a mí o incluso al gato. Supongo que el hecho de que el despertador y el gato hubiesen pasado a mejor vida en la misma noche, casi en el mismo momento y por causas que, aunque opuestas eran mi responsabilidad (el gato murió por falta de alimento mientras que el reloj explotó por exceso de cuerda), logró que me sintiera lo bastante culpable como para tomar mis herramientas y ponerme a trabajar durante horas. Mi gato era un siamés, supongo que ahora pertenece a una nueva especie, aún no decido su nombre. Elegir mi apellido sería un acto de marcado egocentrismo, y mi terapeuta recomendó que me alejara de este tipo de tendencias que no le hacían bien ni al mundo, ni a mí. Además fue mi terapeuta quien sugirió que comprara un gato, por lo que supongo que lo justo es que llame a esta nueva especie con su apellido. Voy a contárselo en mi próxima sesión. El reloj era uno de esos viejos modelos redondos con dos campanas en la parte superior, una cuerda y miles de engranajes que consiguen que, de alguna manera, se mantenga en hora. Pero mi reloj, que estaba roto y atrasaba, nunca fue llevado al técnico porque, al ser yo un inventor, me consideraba superior a cualquier persona dedicada a la mera reparación de relojes. Creo que esta es también una actitud egocéntrica que debería evitar en el futuro. Cuando daba cuerda al reloj, el gato lanzó un sonoro maullido de dolor, y pronto murió. Entonces recordé que hacía semanas que no lo alimentaba y la consternación me hizo olvidar lo que estaba haciendo. Con el sonoro ruido de engranajes que saltan de sus ejes, el reloj como el gato, también dejó de funcionar. Tras llevar ambos cuerpos a mi mesa de trabajo y con extremo cuidado abrí el reloj para luego individualizar sus partes. Pronto hice lo mismo con el gato y al fin procedí a unirlos: dentro del cerebro algunos cables asegurarían el funcionamiento normal de las conexiones nerviosas, el corazón sustituido por un apretado conjunto de engranajes, las tres manecillas ocupan ahora el lugar del estómago y la cuerda en su espalda le proporciona una fuente de sustento mucho más eficiente que la comida. El gato ya no se mueve con la misma plasticidad de antes, es cierto, y en sus ojos hay una extraña mirada, mezcla de incomprensión y reproche. Pero es ahora un organismo mucho más confiable: cada vez que el minutero apunta hacia la cabeza del gato (donde debería estar el número doce), este lanza un corto maullido. Puedo incluso programarlo para que me despierte, a la hora establecida (digamos, por ejemplo, las siete de la mañana) el gato sentirá entonces el irrefrenable impulso de saltar sobre mi cama y ronronear hasta verme despierto. Con una mera caricia detrás de las orejas, se apaga y vuelve a su rutina diaria de dormir, perseguir la pelusa que flota en el aire y maullar a cada hora en punto. No podría afirmar que es feliz, pero, por otro lado, no entiendo mucho sobre animales. Además, no estoy seguro, pero creo que atrasa.